El consejo de hoy, para nuestro crecimiento personal.
La muchacha, esbelta, grácil y elegante,
saltó del trampolín. Dio tres vueltas en el aire, en forma impecable, y
cayó de cabeza en la piscina. Con ese salto magistral ganó el derecho de
representar a Inglaterra, su patria, en los juegos olímpicos. ¿Quién
era ella? Era Tiffanie Trail, joven de veintidós años de edad.
Lamentablemente Tiffanie no logró su sueño. Una lesión en la muñeca
derecha la alejó de las competencias. Decepcionada, se fue a vivir a
Sydney, Australia. Un día, en Sydney, ensayó de nuevo el salto. Pero no
lo hizo desde el trampolín de una piscina. Lo hizo desde el balcón de su
apartamento, en el piso 23 de un rascacielos, a 69 metros de altura. La
joven deportista, con una brillante carrera por delante, murió abrumada
de tristeza.
¿Cuál será la decepción que tanto deprime a
una persona que decide quitarse su propia vida? En el caso de Tiffanie
fue, primero, el divorcio de sus padres. Esto la dejó devastada. Después
fue la muerte de su novio, que pereció ahogado en el mar. Y finalmente
fue la lesión en el brazo, por la que tuvo que abandonar su carrera. Aun
cuando no podamos aprobar el suicidio, podemos comprender al suicida.
La vida trae, para ciertas personas, tal carga de angustias que a veces,
sin querer, tornan sus pensamientos hacia el suicidio. El filósofo
alemán Federico Nietzsche lo expresó así: «El pensamiento de suicidio es
una gran fuente de consuelo con el que podemos pasar en calma toda una
noche.» Es de notarse que Nietzsche murió severamente enajenado.
Su ideología existencialista fue
insuficiente para sostenerlo en el momento de su angustia. El suicidio
es un consuelo magro, sin esperanza, sin expectativa y sin destino, que
nada bueno puede traer. Cuando las cargas de la vida se acumulan, cuando
los dolores se vuelven insoportables, cuando, como dijo el poeta, «sólo
abrojos nuestra planta pisa,» no es en el suicidio que debemos pensar.
Debemos pensar en AQUEL que es fuente de vida, de fortaleza, de consuelo
y de paz. Habrá quien diga: «Aun Dios me ha fallado.» Pero lo dice
porque nunca ha buscado realmente a Dios. Cristo, el Hijo de Dios, Dios
hecho carne, es nuestra esperanza segura. Clamemos a Él desde el fondo
de nuestra angustia. Jesucristo escucha nuestro clamor aun antes que
sale de nuestra boca. No cedamos al suicidio, o a la desesperación.
Sometámonos más bien a la voluntad de
Dios. En Él hay paz, serenidad, consuelo y concordia. En Él hay
esperanza. En Él hay amor y vida. Él, y no el suicidio, (aun el suicidio
psicológico y espiritual), es nuestra única seguridad.
El
Señor se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno
te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. Jeremías 31:3
Mirad las aves del cielo, que
no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?Mateo 6:26
Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros. 1 Pedro 5:7
Jesus Dijo: Yo soy la verdad, el camino y LA VIDA
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