miércoles, 5 de septiembre de 2012

La puerta escondida
Lectura: Santiago 1:12-21
Bienaventurado el varón que soporta la tentación… —Santiago 1:12
No fue la primera vez que sucedió en los deportes ni será, sin duda, la última, pero volver a mencionarlo quizá nos prevenga de cometer un error similar.
Un entrenador de una universidad (destacado por su carácter cristiano) renunció vergonzosamente al haberse descubierto que había quebrantado las claras reglas de la Asociación Nacional de Atletas Universitarios. El artículo de una revista concluía diciendo: «Su integridad era uno de los grandes mitos del fútbol universitario».
Sin duda, fue un momento embarazoso para el entrenador, pero esta es la parte más aleccionadora: Puede sucederle a cualquiera de nosotros. La tentación de escondernos detrás de la puerta de la privacidad de nuestra vida y hacer cosas que deshonran al Señor nos persigue a todos. Es más, todos somos capaces de convertir nuestra integridad en un mito; de tornar nuestro testimonio para Cristo en una farsa. Independientemente de cuál sea la tentación, todos somos vulnerables.
Así que, ¿cómo evitamos ceder? Reconociendo la universalidad de la tentación (1 Corintios 10:13) y los resultados peligrosos de rendirnos ante el pecado (Santiago 1:13-15); asumiendo nuestras responsabilidades ante otros creyentes y rindiendo cuentas de lo que hacemos (Eclesiastés 4:9-12), y rogándole a Dios que nos ayude a no caer (Mateo 26:41). Solo la gracia y el poder del Señor pueden impedir que caigamos, y, después, ayudarnos a levantar cuando eso suceda.
—JDB
Cada pecado tiene su puerta de entrada; mantengámosla cerrada.

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