domingo, 28 de octubre de 2012

Vuestro Padre sabe
"Dios, tú conoces mi insensatez, y mis pecados no te son ocultos" (Salmo 69:5).
Recuerdo cuando, de regreso del hospital, trajimos a casa a nuestro primer bebé. En aquella época, la madre y el bebé permanecían ingresados aproxima­damente durante una semana. Para la madre era un descanso agradable, pero para el padre la espera era interminable. En la actualidad, es común que madre e hijo vayan a casa al día siguiente del parto.

Una vez que el bebé estuvo en casa, comenzó el juego de adivinanzas. ¿Qué hay que hacer? ¿Qué necesita? ¿Por qué llora? ¿Le duele algo? ¿Qué significa esta erupción? ¿El bebé comió lo suficiente? ¿Acaso comió demasiado? ¿Hay que acudir corriendo cada vez que el bebé llora? ¿Tiene que comer cada tres horas o según demanda? ¿No hay problema en que el bebé se chupe el dedo? ¿A qué edad tiene que empezar a comer cereales? ¡Demasiadas preguntas!

Tratamos de hacerlo lo mejor que pudimos y darle al bebé todo lo que ne­cesitaba aunque no queríamos consentirla. Al cabo de un tiempo, empezó a bastarnos el tono del llanto o su aspecto para reconocer qué necesitaba la niña. Cuando acertábamos, todo iba de maravilla (y sin llantos). Pero cuando nos equivocábamos, todo el edificio se enteraba.
Si Dios, que es nuestro Padre celestial, sabe lo que necesitamos, ¿por qué tenemos que pedírselo? ¿No es eso una señal de falta de fe por nuestra parte? Al contrario. En realidad, no orar indica una enorme falta de interés; peor aún, es rayano a la presunción.
La oración es comunicación con Dios. Tanto si estamos agradecidos por algo como si estamos preocupados, no expresarle nuestros sentimientos y nuestras necesidades indica que no valoramos la amistad de Dios. Es imposible mantener una relación con alguien con quien no nos comunicamos.
Adoptar un punto de vista fatalista y pensar que sucederá lo que tenga que suceder nos expulsa de la ecuación, de manera que no tendremos posibilidad de influir en el resultado.
Santiago 1:5 y 6 dice: "Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra". Pedir con fe signi­fica que creemos que Dios responderá nuestra oración en sus términos y en su momento. A fin de cuentas, esa es la respuesta que queremos.
Pídele a Dios primero
"Pedid, y se os dará, buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá" (Mateo 7:7).
A MENUDO, LA ORACIÓN no es más que un plan alternativo, una segunda po­sibilidad. Quizá oremos por alguna necesidad, pero tenemos a punto un plan B. La oración no tendría que ser el último recurso, como si se tratara de algo así como: "Cuando todo lo demás falla, ora".
Hace varios años, a un pariente nuestro le diagnosticaron un cáncer que, por fortuna, era operable. Aunque el resultado parecía posiblemente bueno, a nadie le gusta escuchar un diagnóstico así. Mi corazón está con cualquier familia que se enfrenta a una crisis parecida. Entiéndaseme bien, no criticaré ni elogiaré la vía que escojan para enfrentarse a ese enemigo. Sin embargo, permítame que le explique la opción que tomó mi familia.
Dos semanas antes de la operación, la familia se reunió en el salón y se arro­dilló alrededor del enfermo. Se elevaron vahas oraciones y cuando su frente fue ungida con el aceite, todos extendimos la mano hasta tocarlo, encomendando el resultado al Gran Médico.
Esto es una unción y se suele pedir cuando ya han fracasado todos los de­más remedios. Algunos lo ven como una especie de rito final. Nuestra familia lo veía de manera distinta. Entendimos que teníamos que llevar el problema a Jesús antes que considerarlo como un último recurso. Damos gracias a Dios porque esta persona se recuperó.
Permítame sugerirle que recuerde esto: Cuando le pedimos a Jesús que haga algo y él responde nuestras oraciones, antes que dar las gracias al médico o atribuir los méritos a algún medicamento milagroso, deberíamos darle las gracias a Dios.
En su sentido más elevado, pedir es un acto de fe. Pedir es tener fe en Dios. Por supuesto, solo podremos pedir a alguien a quien amamos y en quien con­fiamos, porque le transferimos la elección a la persona a quien pedimos. Cuan­do adquirimos el hábito del regateo, de la negociación, de la manipulación o de la exigencia, pensamos que tenemos el control de la situación.
Después de que se haya dado el último estudio bíblico y se haya predicado el último sermón, recibiremos la salvación por medio de la oración, la petición, porque Jesús viene al corazón en respuesta a la misma. Por más que para no­sotros la salvación que Jesús adquirió en la cruz sea gratuita, si no la pedimos, no será nuestra.
Pídale a Dios en primer lugar. Dios te bendiga,

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